Los jugadores de la selección de Alemania posaron para la foto con una clara muestra de protesta: se taparon la boca con su mano, mientras las cámaras hacían su trabajo.

Todo empezó cuando los capitanes de Inglaterra, Gales, Bélgica, Dinamarca, Países Bajos, Suiza y Alemania acordaron salir a la cancha con un brazalete, que tuviera los colores del arcoíris, en apoyo a la comunidad LGBT, discriminada en Catar y considerada como un delito. La FIFA amenazó con amonestar a los jugadores y los árbitros se apresuraron en corroborar que el brazo del arquero y capitán alemán no llevase el ‘OneLove’.

Ese no ha sido el único acto para llamar al boicot del Mundial, el cantante Rod Stewart, quien era el elegido para actuar en la ceremonia de apertura, rechazó el millón de dólares, que los jeques le habían propuesto, por mantenerse firme en sus principios. Otra cantante famosa que tampoco quiso asistir al evento fue Dua Lipa, pues asegura que no irá a un país donde no se respeten los derechos humanos.

Entre las glorias del fútbol hay división para sumarse al boicot. Cuyo término nació en Irlanda a finales del siglo XX, cuando Charles Boycott, al servicio de un terrateniente, elevó exageradamente las rentas a los campesinos. Dando como resultado el desalojo de estos últimos. Un líder nacionalista irlandés propuso como respuesta condenar a Boycott y no tener ningún tipo de trato con él. Y ese fue el origen del término.

Regresando a Catar, no todos están en contra, David Beckham ha sido nombrado embajador del Mundial. Otros como Xavi Hernández y el entrenador Pep Guardiola han mostrado su respaldo a Catar, diciendo que allí la gente vive en libertad. Ese discurso según el antropólogo social Alberto del Campo Tejedro obedece a que hay grandes intereses económicos, que intentan disimular la falta de democracia.

Los países más opuestos a la celebración del mundial en Catar han sido Alemania, Inglaterra y las naciones del norte de Europa. Jugadores como Toni Kroos y Philipp Lahm lamentaron la elección de Catar para ser sede del Mundial. Rechazaron que 6.500 inmigrantes murieron en la construcción de los estadios y que el resto trabajó en condiciones extremas, como 50° de temperatura y sin suficientes alimentos.

Aunque no ha sido un boicot desmedido, según el diario argentino Clarín, solo 9,23 millones de alemanes vieron el partido del miércoles pasado, cuando su selección cayó 1 a 2 frente a Japón. Una audiencia baja en comparación del mundial de 2018. Y en un país de 83 millones de habitantes.

Sin embargo, es muy pronto para evaluar el boicot planteado. No se puede afirmar aún si es o no un fracaso. Pues ninguna delegación decidió no enviar a su equipo nacional. Lo que sí se ha conseguido hasta hoy, es que la gente tome conciencia, critique la organización y lo que implicó realizar el Mundial en Catar. Y ese es un primer gran paso.

Otros cercos alrededor del mundo

El llamado a boicotear Catar 2022 no es el primero, ni será el último. En la historia hay grandes epopeyas, como la de 1955, protagonizada por la compañía de transporte Montgomery Bus Company, en Alabama (EEUU). Un día, Rosa Parks decidió sentarse en la parte delantera del autobús, sitio exclusivo para pasajeros blancos. Ella fue encarcelada por ‘alteración al orden público’ y fue el inicio de un movimiento que duró más de un año.

Los afroamericanos y otros ciudadanos -por solidaridad- dejaron de utilizar ese medio. 13 meses después el Tribunal Supremo dictaminó que el transporte segregado era contrario a la Constitución estadounidense.

En 1995, la ONG Greenpeace se lanzó en contra de la petrolera anglo-holandesa Shell. La empresa quería hundir una plataforma de almacenamiento en el Mar del Norte, pero con miles de toneladas de petróleo a bordo. 

Los activistas británicos alzaron su voz de protesta, mientras los alemanes llamaron a boicotear las estaciones de servicio de Shell. Fue tan exitoso este proceso, que Shell decidió llevar la plataforma a tierra firme y desmantelarla.

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